Un discurso de altura el de Mariano Rajoy en la sesión de su investidura como presidente del Gobierno, como cabe esperar de alguien con verdadero
sentido de Estado. Empezó exponiendo las razones que le llevaron a
aceptar el encargo del Rey, principalmente tres: España necesita
urgentemente un Gobierno en pleno uso de sus funciones ante los retos
pendientes, los españoles han optado mayoritariamente en las urnas, en
dos ocasiones consecutivas y creciendo en votos y escaños, por el
Partido Popular, y no hay alternativa viable a un Ejecutivo dirigido por
él, a no ser que se construya una indigerible amalgama sostenida por
ultras y separatistas.
A continuación, ha detallado las medidas
contenidas en su programa político, con referencias a sus acuerdos con
Ciudadanos y Coalición Canaria, y con especial incidencia en economía,
empleo y regeneración democrática; a su vez, ha ofrecido pactos
nacionales en materia de educación, pensiones y financiación autonómica;
también resaltó la importancia de la lucha contra el terrorismo
yihadista como básica para la defensa de la libertad y la democracia,
así como la heroica labor de nuestros militares en tantos confines del
mundo (reconocimiento que, harto lamentablemente por cierto, solo obtuvo
los aplausos de la bancada del PP).
Después, llegaría la parte
más vibrante de su alocución: su firme defensa de la nación española frente al desafío independentista del nacionalismo catalán,
con atinadas glosas a la primera de nuestras Constituciones, la gloriosa
y liberal "Pepa" de 1812, a partir de la cual, basándose precisamente
en la unidad de España y la soberanía de la nación, los españoles "de ambos hemisferios"
pasaron de ser súbditos del monarca a ciudadanos libres e iguales; mención que, como cabía esperar,
ha irritado especialmente al conjunto de nacionalistas y separatistas
presentes en la Cámara (incluido a un enfadidísimo Aitor Esteban, portavoz del PNV, sin
duda en campaña), de los que, de esta forma, el propio Rajoy ha querido
dejar meridianamente claro que ni busca ni desea ningún tipo de apoyo
directo o indirecto.
Concluyó Rajoy con apelaciones directas a la
otra gran fuerza política constitucionalista, esto es, al PSOE, para
que, en esta situación excepcional para España, no impida la formación
de un nuevo Ejecutivo; porque, además de que es obvio que "para que haya
oposición, tiene que haber Gobierno", "no se me ocurre mayor daño a la
democracia española que decir a los ciudadanos que su voto ha sido
inútil en dos ocasiones y tener que repetir las elecciones generales por
tercera vez": "¿o es que alguien aquí está pensando en convocar
nuevamente a los españoles a las urnas? ¿Y cuántas veces estaría
dispuesto a hacerlo?". Tras estas preguntas lanzadas, no al aire, sino
al todavía líder del PSOE, finalizaba de esta guisa: "espero que, al
final del debate, demostremos que hemos sido capaces de anteponer el
interés de todos al interés particular y, en consecuencia, pueda salir
de aquí el Gobierno que los españoles están esperando".
No
resulta extraño que Pedro Sánchez, nada más terminar esta primera sesión
de investidura, haya salido raudo del hemiciclo y sin atender a los
medios de comunicación. Le hubiera sido muy difícil a "Mr. NoyNo"
replicar rápida y espontáneamente a argumentos tan sólidos y
contundentes. En suma, una intervención que, a la espera del verdadero debate de investidura que tendrá lugar a partir de mañana, cabe calificar de guante blanco, aunque con las dosis requeridas de claridad y firmeza.
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