La del domingo 20 de septiembre de los corrientes fue otra jornada mágica e histórica para el
baloncesto español. Nuestra Selección, tras eliminar en cuartos de final a la sempiterna rival (y supuesta favorita) Grecia y en semifinales a Francia en su propio terreno y de manera épica, disputaba su novena final en un
Eurobasket y la segunda ante Lituania, que nos derrotó hace doce años en
Estocolmo pese a que un jovencísimo Pau Gasol anotó nada menos que 36 puntos. Era hora, pues, de la revancha frente a los lituanos, naturales de un país de arraigada tradición baloncestística. Sin embargo, la selección báltica no ha sido rival para una España incomensurable y liderada de nuevo por un imponente Pau Gasol,
indiscutible MVP ('Most Valuable Player') del Eurobasket y sin duda el mejor jugador de los
últimos veinte años en el baloncesto europeo.
Dentro de un gran equipo
que, no lo olvidemos, ha sabido hacer frente a bajas importantísimas
(Calderón, Ricky Rubio, Navarro, Marc Gasol, Ibaka...), merecen también
menciones Sergio Rodríguez, proclamado con toda justicia mejor base del
Eurobasket; Rudy Fernánd
ez, cuya molesta
y dolorosa lesión de espalda no le ha impedido mantener hasta el final
su compromiso inquebrantable con España; y el seleccionador, Sergio
Scariolo, bajo cuya dirección, y no por casualidad, se han logrado los
tres campeonatos europeos casi de forma consecutiva: en 2009, 2011 y
2015 (excepto, pues, en 2013, en el que no estuvieron ni él... ni Pau
Gasol).
Son ya, pues, tres
oros europeos los que atesora la Selección Española de baloncesto, y
doce medallas en total (además de los oros, seis platas y tres bronces); en virtud
de lo cual superamos a la misma Lituania y nos situamos en tercer lugar
en el medallero, solo por debajo de las desaparecidas y durante décadas
potentísimas y hegemónicas URSS y Yugoslavia. Sin duda, esta
extraordinaria generación de baloncestistas que tiene a Pau Gasol de
estandarte (que asimismo ha cosechado un Mundial, el único en la historia del baloncesto español, y dos platas olímpicas, tras poner en ambos casos en apuros a los todopoderosos Estados Unidos)
ha marcado ya una época en el baloncesto y el deporte español en
general.

Sin duda, España bien puede presumir de contar en su Selección con uno
de los mejores jugadores de la historia del baloncesto europeo, a la
altura de un Drazen Petrovic o un Arvidas Sabonis. Y además, dicho sea
de paso, con un catalán universal absolutamente comprometido con nuestro
deporte (no precisamente con plataformas separatistas, como algún otro)
por cuanto lleva a gala su condición de español allí donde va. Así, en plena polémica generada por el reto secesionista y golpista del nacionalismo catalán y la adhesión al mismo de un número nada despreciable de deportistas catalanes (porque lo fácil es confundirse con el medio ambiente imperante), no ha tenido empacho alguno en pronunciarse con claridad al manifestar públicamente, y una vez más,
su orgullo por competir con España. Además, por su parte, el seleccionador Scariolo, italiano por más señas aunque plenamente identificado con España y lo español, puso el dedo en la llaga al resaltar la importancia del
papel unificador de un líder como Pau al sentirse catalán y español. Ahí reside la clave del éxito de un equipo: unidad. Como de una nación.
Deberían tomar nota tanto quienes, arrogándose el monopolio del sentir de
los catalanes y la representatividad de Cataluña, reparten carnés de
buenos y malos catalanes; como aquellos que, resentidos y
desagradecidos, o bien reniegan ahora de haber competido por una nación a
la que tanto deben, o bien mantienen una actitud calculadamente ambigua
y farisaica por mero interés crematístico y personal. Afortunadamente, y
pese a que pretendan hacernos ver lo contrario, no todos los cata
lanes
son como Mas, Junqueras, Romeva, Guardiola, Xavi (Hernández) o Piqué. Hay
algo más allá que el pensamiento único nacionalista entre los
catalanes.
Muchas gracias, Pau,
por haber liderado y conducido a unos magníficos equipos humanos a las
más altas cotas del baloncesto español en las competiciones
internacionales; por saber ser siempre el mejor ejemplo como deportista
de elite y, con ello, no haber perdido jamás el señorío que te
caracteriza; y por llevar con orgullo la defensa y representación de
España y, sobre todo, tener la valentía de proclamarlo alto y claro en
estos momentos. Bravo, Pau.