El asesinato de la presidenta de la Diputación de León y del PP leonés, Isabel Carrasco, es susceptible de suscitar fundamentalmente dos sentimientos inmediatos; al menos en cualquier persona que albergue unos mínimos principios morales y éticos: una honda conmoción, por
cuanto supone en sí mismo la injusta desaparición, la muerte de un ser humano a manos de
desalmados (o desalmadas en este caso); y, por qué no reconocerlo,
rabia, por producirse de manera tan cobarde y ruin como fría y calculada, a tiros, al más puro
estilo de cualquier banda mafiosa o terrorista. Y tampoco debemos perder
de vista que matar a un representante de los ciudadanos, a un cargo
electo, es además, por mucho que el móvil, injustificable en cualquier
caso, no sea político, un ataque a la misma democracia.
Para mayor escarnio, semejante acto vil, cobarde y criminal no tardó en obtener la justificación, e incluso el aplauso, de cierta gentuza, tan minoritaria como tremendamente dañina, que se escuda en el anonimato para verter con total impunidad toda su basura dialéctica y, una vez más, convertir las redes sociales en un inmenso y pestilente estercolero. Maldad sobre maldad, cobardía sobre cobardía. De nuevo, porque por desgracia no es la primera vez, los profesionales de la injuria, los agitadores del odio, aquellos que difunden el 'todo vale' contra los políticos, sobre todo si son del PP, entraron inmediatamente en acción y llenaron de porquería el panorama virtual y mediático en general. Deleznable empeño al que contribuyen quienes sacan a relucir, todavía con el cadáver caliente, determinadas controversias supuestamente relacionadas con la dirigente política asesinada para dar a entender que 'algo habrá hecho' y que, por tanto, en el fondo se lo había buscado; táctica similar a la que utilizaban quienes 'explicaban' o 'contextualizaban' los crímenes etarras. Tiempo tendría que haber de situar a cada
cual ante su propia bajeza moral y de detectar ciertos polvos que traen
determinados lodos.
Al menos, cabe felicitarse porque los partidos políticos, al menos quienes acatan las
reglas de juego democráticas (entre los que no cabe incluir ni a los
miserables proetarras, claro, tan duchos en disculpar crímenes, ni a ciertos antisistema de ultraizquierda con los que tanto se identifican), sí supieron estar a la altura de las circunstancias: condenando firmemente, como no podía ser de otra manera, el asesinato y, a su vez, suspendiendo la campaña de las
elecciones europeas. Descanse en paz Isabel Carrasco, y transmitir el pésame y todo el apoyo hacia sus familiares y amigos. Y, por supuesto, un fuerte abrazo
para la gran familia del Partido Popular.
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