'El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad'. Albert Einstein.
'Ni este Gobierno que yo presido, ni las
Cortes Generales, ni el Parlament de Cataluña pueden privar al pueblo
español de su derecho a decidir sobre el futuro colectivo'. 'Nunca en la
historia ha tenido Cataluña un nivel de autogobierno como
el que tiene hoy'. 'Nadie discute el verdadero derecho a decidir.
¿Acaso acudimos a las urnas por otro motivo? Los habitantes de cada
comunidad tienen derecho a escoger quién gobierna su autonomía, pero no a
decidir qué hemos de hacer con España. Cada catalán, como cada gallego o
cada andaluz, es copropietario de la soberanía nacional'. 'No hay
ninguna Constitución que diga que una parte puede decidir sobre el
todo'. 'La democracia es el propósito de no reconocer otra autoridad por
encima de los ciudadanos que la ley. La esencia de la democracia es que
todos tienen que atenerse a las normas. No hay democracia sin ley'.
Son fragmentos que resumen la esencia de un articulado, pedagógico y magníficamente argumentado discurso con el que
Mariano Rajoy respondió en el Congreso de los Diputados a la
pretensión del nacionalismo catalán de celebrar un referéndum
secesionista en Cataluña. Una firme defensa de la soberanía nacional
española que cabe esperar de un presidente del Gobierno que, como tal, y lejos de determinadas consideraciones que tachan de 'concepto discutido y discutible' a la misma nación española, ha de estar plenamente comprometido con
la unidad de España y la Constitución y las leyes que la garantizan.
No podía ser de otra manera: el Congreso de los Diputados como sede de los
representantes de la soberanía nacional, que reside en el conjunto del
pueblo español, rechazó por abrumadora mayoría la reclamación
separatista del Gobierno nacionalista catalán de Mas. Pero lo más importante de la sesión parlamentaria fue el debate en sí que, pese al ínfimo nivel retórico y dialéctico de los componentes de la delegación del Parlamento catalán (en algún caso verdaderamente alarmante), en general rayó a gran altura; y que, sobre todo, mostró una grata coincidencia en las razones y los argumentos fundamentales esgrimidos por los portavoces que defendieron los principios y valores de nuestra Constitución y, por ende, la unidad y soberanía nacionales: así, cada uno a su estilo, tanto Rubalcaba por el PSOE, como Rosa Díez por UPyD, sin desdeñar las aportaciones de Álvarez Sostres por Foro Asturias y Carlos Salvador por UPN, dejaron claro en sus intervenciones que nada resulta concebible fuera de la Constitución que los españoles, incluido más de un 90% de los votantes catalanes, nos dimos. Que se escenifique esta unión ampliamente mayoritaria en pro de la nación española y el sistema constitucional que lo respalda y garantiza sin duda que fortalece nuestra democracia. Ojalá que no sea flor de un día y permanezca siempre de manera inquebrantable.
Porque, por muy claro y contundente que haya sido el rechazo del Parlamento de la nación al alarde secesionista, no ha terminado ni mucho menos la pesadilla. Bien al contrario, y por desgracia, el reto separatista continúa. Aunque muy posiblemente no les quede otra
salida que adelantar de nuevo las elecciones autonómicas para dotarles
de un carácter plebiscitario, a los que se les llena la boca todos los
días con la palabra 'democracia' para defender su referéndum
secesionista ('qué hay de malo en que la gente vote'), les trae al pairo que nada menos que el 86% de los
representantes políticos de allí
donde reside la soberanía haya votado en contra de sus pretensiones independentistas; y que incluso, muy significativamente, una mayoría
absoluta de los diputados elegidos en las circunscripciones de Cataluña (25 de 47) se haya pronunciado de la misma forma.
Y es que, obviamente, al nacionalismo catalán siempre le ha importado un bledo una legalidad, una
Constitución y una soberanía del pueblo español en las que en el fondo
nunca ha creído, y que por tanto no las considera impedimento alguno
para alcanzar su objetivo primordial, que es el de todo nacionalismo que
se precie: acumular todo el poder para que éste sea incontestable. La
'Catalunya Lliure' que propugnan no persigue en realidad la libertad de
los catalanes, sino el ejercicio sin límite de determinadas
prerrogativas por parte de cierta élite política; y para ello resulta
imprescindible desembarazarse de una España constitucional que se empeña
en someter al imperio de la ley a todos los ciudadanos, hasta a
aquellos que se envuelven en la cuatribarrada. Y no van a descansar hasta conseguirlo.
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2 comentarios:
¡Bravo, Pedro! Un artículo magnífico tanto en aspectos formales como de contenido, y que plasma sin complejos el sentir de muchos ciudadanos españoles.
Muchísimas gracias, eso es precisamente lo que pretendía: expresar de la mejor manera posible el parecer de tantos españoles (incluidos catalanes) que rechazamos sin ambages el separatismo, y a su vez denunciar los verdaderos objetivos de quienes abogan por la independencia de Cataluña.
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