Asumiendo un nivel de exigencia de asunción de responsabilidades
políticas que jamás se aplicarían para sí mismos, no ya sus eternos
detractores, sino aquella legión política-mediática de fariseos que se
dedica todos los días a impartir lecciones de ética y moral (siempre
ajenas), Esperanza Aguirre ha decidido poner fin, y ahora sí, a una
carrera política, pese a quien pese, jalonada de éxitos,
fundamentalmente como presidenta de la Comunidad de Madrid. Ha sido una
decisión e
jemplar que, por supuesto,
casi nadie le va a reconocer, y ni mucho menos ninguno de sus
innumerables adversarios políticos que, precisamente por representar el
triunfo práctico de unas ideas desacreditadas por la izquierda del
pensamiento único, siempre la han tratado y considerado como enemiga a
batir.
Es más: su dimisión
no solo no aplacará la campaña de linchamiento personal contra ella,
sino que la intensificará. Y es que uno se conoce ya a sus clásicos:
tras cobrarse la pieza de la caza al político, viene la implacable
persecución a la persona. Y yo, desde luego, me niego a sumarme a
semejante lanzada a moro muerto, práctica frecuente en el enrarecido e
inquisitorial panorama político-mediático actual. No, no me resigno.
Debido fundamentalmente a sus arraigadas convicciones liberales que con
tanta claridad ha venido manifestando siempre que ha tenido ocasión, además de su
habilidad dialéctica para atreverse a desenmascarar a las izquierdas y
situarles ante sus propias miserias, se ganó la radical animadversión de
toda la progresía política y mediática, que empezó a hacerla objeto de
sus burlas, escarnios y más aceradas y burdas invectivas. Para más inri,
a todo ello se unió su eficiente gestión como presidenta de la
Comunidad de Madrid, cargo desde el cual tuvo la oportunidad de
convertir sus ideas liberales en políticas concretas. A partir de
entonces, esa aversión tornó sencillamente en odio: que se ponga en duda la superioridad moral y ética de la izquierda,
puede pasar; pero que encima se demuestre con hechos, imperdonable.
A este respecto, resultaba muy significativo que los sindicatos
verticales del socialismo sacaran a sus 'liberados' a manifestarse
siempre que doña Esperanza inauguraba un colegio o un hospital públicos;
y es que había que desviar la atención acerca de una realidad
incontestable: que nunca como durante su presidencia se construyeron
tantos. Así pues, quedaba demostrado que las políticas 'neoliberales' de
la señora Aguirre no solo no habían desmantelado la sanidad y la
educación públicas, sino que las habían aumentado y mejorado. Y claro,
eso era ya demasiado.
Encima, la Comunidad de Madrid despuntaba como la región más rica de
España llegando a superar en renta per cápita a Cataluña; fundamentalmente, debido a las políticas de rigor en el gasto público
y de apuesta por el dinamismo económico y la iniciativa empresarial.
Esperanza Aguirre se convertía en todo un referente dentro del mismo PP,
no solo en cuanto a gestión, sino también en resultados electorales (en
este aspecto, detrás de Murcia); de tal forma que, al conseguir romper
el mito del 'cinturón rojo', demostró que se podían ganar elecciones, e
incluso arrasar, presentando un programa nítidamente liberal, sin
necesidad de esconderse en la indefinición de una bruma pretendidamente
'centrista'. Y es que cuanto más la detestaban las izquierdas, más
madrileños le concedían su voto.
Tras su sorprendente renuncia como presidenta de la Comunidad de Madrid, no aguantó mucho tiempo sin que volviera a picarle el gusanillo de la política activa, a la que regresó como candidata del PP a la alcaldía de Madrid, sueño que, a falta de un solo concejal, estuvo a punto de cumplir. Lo que vino después le supuso mucha más pena que gloria, pero, haciendo abstracción de errores políticos que ella misma ha
tenido la gallardía de reconocer, y que le han llevado a dimitir, sería
absolutamente injusto que Esperanza Aguirre no fuera recordada como una
líder política sensacional que nos deja un magnífico legado: un
sobresaliente ejemplo de que, por medio de la noble actividad política y
la aplicación de unos principios basados en la libertad individual, la
economía de mercado y la mínima intromisión del Estado, es posible hacer
de tus ideales el camino que conduzca a más amplios espacios de
libertad y, con ello, a la mejora de la calidad de vida de los
ciudadanos. Es exactamente lo que jamás le han perdonado a "Espe".