Como estaba previsto, 170 diputados votaron en la primera sesión de
investidura a favor de la candidatura de Mariano Rajoy, frente a los 180
en contra del resto de la Cámara. Faltaron solo seis para la mayoría
absoluta requerida, pues; recordemos que el candidato Sánchez se quedó a
46. Esta misma tarde habrá una segunda votación en la que bastará una
mayoría simple, esto es, más "síes" que "noes", aunque todo indica que,
a no ser que alguien convierta de repente su contumaz partidismo y sectarismo en
sensatez y amplitud de miras, se repetirá el mismo resultado y no habrá
todavía investidura y, por tanto, tampoco Gobierno en plenitud de funciones: parece harto difícil que un mínimo de once
diputados se abstengan para que esos 170 escaños sean suficientes.
Eso sí: desde una perspectiva puramente parlamentaria, un Rajoy muy superior al resto volvió una vez más a emerger en el Congreso. Hasta el punto que la principal conclusión que podemos extraer de esa primera sesión de investidura es que, tal y como estaba previsto, el candidato Rajoy perdió la votación, pero salió claramente reforzado de un debate que, pese al tono agresivo, casi general y ya rutinario de "todos contra el PP", ganó dialécticamente por goleada. Para ello, le bastó hacer uso de sus indiscutibles dotes de gran parlamentario, frecuentemente condimentados con su proverbial retranca galaica.
Y es que la España desoladora y apocalíptica que pintaba, y pinta, el estadista Sánchez no casa en absoluto con el hecho de que el PP y Rajoy hayan ganado recientemente las elecciones con 137
escaños y 8 millones de votos, y él mismo en cambio se haya quedado en
la ridícula cifra de 85 diputados y 5'4 millones de sufragios: esto es,
los peores resultados de la historia del PSOE. Así se lo recordó el propio presidente en funciones quien, con datos tan significativos en la mano, no tuvo impedimento alguno en espetarle el siguiente razonamiento: "si yo soy malo, ¿cuánto de malo es usted? ¿Pésimo?". Ciertamente demoledor.
Sobre la corrupción, "leitmotiv" de la inmisericorde intervención de Sánchez, Rajoy respondió detallando el paquete de medidas tomadas por su Gobierno, sin precedentes en nuestra democracia, y que por cierto tuvieron el voto en contra del PSOE. Porque, en efecto, "no es más limpio el político que más manifiesta su indignación por la corrupción, sino el que más se esfuerza por combatirla". Tras un duro rifirrafe, el candidato clausuró su "cara a cara" con el estadista socialista con la siguiente exhortación: "no le pido que nos apoye, sino que permita que haya Gobierno. Los
intereses de España están muy por encima de los personales suyos, señor
Sánchez". Pero, en este caso, es como pedir peras al olmo, porque ya se ha encargado de dejar claro el propio "Doctor No"
que, para él, el bien de España es un asunto prescindible.
Con serenidad e ironía galaica logró también Rajoy contener el vendaval
demagógico, populista y vociferante que a continuación levantaron en el Congreso los
portavoces de Podemos y sus "confluencias": el trazo grueso de quienes
no ganan elecciones ni de casualidad, pero se arrogan la exclusiva
representatividad de "la gente". Concretamente, antológica fue su respuesta al Mesías Iglesias, cuyos conocidos y cargantes alardes de superioridad ética y moral dejó absolutamente por los suelos: "señor Iglesias, es usted estupendo, la quintaesencia de la virtud"; "¿somos genéticamente malos o nos hemos convertido en malos con el tiempo?"; "yo no le reprocho que levante el puño; mientras no sea obligatorio, señor Iglesias"; "algo debemos tener para que la 'gente' a la que usted tanto alude nos
vote: así que hágale caso a la gente, señor Iglesias". Fue para enmarcar.
En cuanto a la intervención de Albert Rivera, este se centró en la defensa de las medidas propuestas por su partido y contenidas en el pacto de
investidura; gracias a las cuales por ejemplo, y según aseveró, se han acabado los "recortes" en materia económica. En consecuencia, en su respuesta
parlamentaria al líder de Ciudadanos, Mariano Rajoy expuso las
razones por las que en su momento su Gobierno se vio en la obligación de
reducir partidas de gasto público: se heredó un déficit galopante en
una coyuntura de recesión económica y bajo la amenaza de intervención de
Bruselas. Desde luego, a Rivera hay que agradecerle muy sinceramente su esfuerzo por
contribuir a la gobernabilidad de España, pero también darle la
bienvenida a la cruda realidad de la política tangible y la gestión de
las cuentas públicas.
También con moderación en las formas pero con absoluta firmeza en la sustancia replicó Rajoy a los portavoces del separatismo catalán, ante los que reiteró su defensa sin ambages de la Constitución, las leyes y la unidad de España; una actitud que, como él mismo llegó a resaltar, cabe esperar de un presidente del Gobierno de la nación y que, ya de paso, dejaba sin coartada a cualquier tentación que pudiera albergar Sánchez de intentar pergeñar una alternativa que pasaría necesariamente por el soporte de las fuerzas secesionistas. Respecto de un nacionalismo como el del PNV, al menos hasta ahora pragmático y sin veleidades independentistas, tuvo el candidato un trato más exquisito, máxime habida cuenta de que muy posiblemente se pueda contar con su apoyo tras la celebración de las elecciones autónomicas vascas el 25-S; el mismo portavoz peneuvista, Aitor Esteban, pese a su incendiaria intervención ante la prensa en la víspera (muy propia de un ambiente de precampaña) y a su memorial de agravios durante el debate (qué sería de cualquier nacionalismo sin echar mano del victimismo), al final de su alocución dejó abierta la puerta a futuras negociaciones con el PP. En este caso sí parece aplicable aquella filosofía política que expresara el simpar Romanones: "tengan en cuenta que cuando digo jamás, siempre me refiero al momento presente".
En suma: tras la segunda votación de la sesión de investidura de Mariano Rajoy, que muy probablemente no será la única, quizá Pedro Sánchez haya conseguido tomarse cumplida venganza y desquitarse de su frustración personal de haber sido el primer candidato a la presidencia del Gobierno de nuestra democracia derrotado dos veces en el Congreso. Pero lo malo no es que haya sido vencido Rajoy, que bien al contrario se ha impuesto claramente en el terreno parlamentario y llenado de razones y argumentos para volver a intentarlo, sino que quien pierde es España, que continúa sin un Gobierno que afronte los importantísimos retos que tiene por delante. No parece que haya más remedio que esperar a octubre.
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